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Plaguicidas

El término plaguicida o pesticida engloba todos aquellos productos químicos utilizados para prevenir, controlar o destruir plagas. En la agricultura se utilizan herbicidas (para eliminar maleza o plantas invasoras), insecticidas (para eliminar insectos), fungicidas (para eliminar hongos), nematocidas (para eliminar gusanos), rodenticidas (para eliminar roedores) y moluscidas (para eliminar caracoles). En el mundo se utilizan más de mil plaguicidas para evitar que las plagas estropeen o destruyan los alimentos. Cada plaguicida tiene efectos toxicológicos distintos pero todos provocan consecuencias ambientales y repercuten de manera importante en la calidad del agua. 

Un ejemplo concreto de lo anterior es el controversial glifosato, el principio activo de numerosos herbicidas comerciales. El glifosato tiene un papel muy importante en la agricultura; sin embargo, es innegable el efecto que tiene sobre ecosistemas e insectos como las abejas, que son esenciales para polinizar cientos de cultivos. Además, numerosos estudios demuestran su toxicidad en células humanas por lo que en 2015 la OMS lo ha clasificó como “probablemente cancerígeno”.

La toxicidad de un plaguicida depende de su función y de otros factores. Por ejemplo, los insecticidas suelen ser más tóxicos para el ser humano que los herbicidas. Además, el mismo producto puede causar efectos distintos en función de la dosis. Otro factor importante es la vía por la que se produce la exposición, ya sea ingestión, inhalación o contacto directo con la piel. Las personas que corren mayor riesgo son aquellas que están directamente expuestas a los plaguicidas, como los trabajadores agrícolas y quienes viven en áreas que reciben este tipo de controles químicos. La población general también está expuesta a plaguicidas ya que éstos pueden estar presentes de forma residual en los alimentos y el agua que ingieren. 

 

Normatividad

Muchos de los plaguicidas más antiguos y baratos que ya no están protegidos por patentes, como el DDT y el lindano, pueden permanecer durante años en el suelo y el agua. Estas sustancias han sido prohibidas en los países que firmaron el Convenio de Estocolmo, un acuerdo internacional cuyo objetivo es eliminar o restringir la producción y la utilización de contaminantes orgánicos persistentes. México firmó este convenio en 2001 y lo ratificó en 2003; no obstante, en México tienen registro vigente más de 100 plaguicidas prohibidos en otros países y catalogados por la Pesticide Action Network como altamente peligrosos. Por otro lado, y a pesar de que la FAO recomienda que exista una sola ley que regule las actividades relacionadas con los plaguicidas, en México al menos nueve leyes intervienen en dicha regulación, lo cual dificulta su seguimiento y cumplimiento. Las normas oficiales mexicanas en torno al tema de plaguicidas son la NOM–082–SAG–FITO/SSA1–2017 Límites máximos de residuos. Lineamientos técnicos y procedimiento de autorización y revisión.  Así como la NOM–256–SSA1–2012 Condiciones sanitarias que deben cumplir los establecimientos y personal dedicados a los servicios urbanos de control de plagas mediante plaguicidas.

Los plaguicidas continuarán utilizándose porque permiten evitar pérdidas importantes de las cosechas; sin embargo, sus efectos sobre las personas y el medio ambiente son una preocupación permanente. A este respecto, la OMS y la FAO han elaborado el Código Internacional de Conducta para la Gestión de Plaguicidas. Este marco de carácter voluntario, guía a las autoridades gubernamentales, el sector privado, la sociedad civil y las demás partes interesadas sobre las mejores prácticas en el manejo de los plaguicidas.

Fuentes